29.9.10



Siento. Permanezco, y siento que permanezco. Te miro, sonríes, y yo sonrío mientras deslizo las yemas de mis dedos sobre los trazos que marcan tu rostro, las lineas de tu expresión; las que ahora son fugaces signos de vitalidad, y en un tiempo serán arrugas, nostalgia, recuerdos y sensación, signos de felicidad.
Vuelvo a mirarte. Una y otra vez, y no me canso.
Vuelvo a pasear lentamente mis dedos junto a tus párpados, tus mejillas, la comisura de tus labios..., esta vez sin mirar pero, continúo viéndote, continúo sintiéndote.
Veo tu belleza con los ojos cerrados, lo aseguro, podría jurarlo. La belleza de tu espíritu, de tu persona. Me emociono, abro los ojos y te miro.
Sonríes, sonrío.
Qué feliz me hace que sonrías, y sobre todo que sonrías tan cerca de mi; que tus labios sonrían casi al precipicio de caer en lo míos. Hace que sienta un delicioso vértigo, un apetecible y jugoso miedo de asomarme al precipicio, y lanzarme sin duda al límite de caer en tus besos.

Todo lo que quiero decirte es que no te ríes ni sonríes porque yo te haga gracia o te sonría; sino que yo, al verte, al ver tu alma radiante y sonriente, te devuelvo la sonrisa.




 

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Sensaciones que revolotean en mi mente