25.7.09

Allí estaba ella

Allí estaba ella, esperando a que llegara el autobús, sentada esparcidamente, de una forma dejada y descuidada como una chica rebelde, como si nada le importase lo suficiente como para levantar si quiera la mirada. Su pelo era castaño, con algunas mechas rubias, liso y algo corto, aunque no se apreciaba demasiado ya que lo llevaba recogido a modo de una coleta rápida mal peinada, y algunos mechones ondulados caían perfilando su cara, de forma ovalada y de un tono no demasiado pálido, teniendo en cuenta que era Enero. Sus ojos eran de un tono verdoso indescriptible, grandes y rasgados… como si fueran una puertecita directa al corazón del amazonas, salvajes, y su mirada era imponente y extraordinaria, tan directa y profunda que reflejaba el espesor y la grandeza de esta selva. Alrededor de sus ojos había maquillaje negro, algo mal pintado, que le daba un aire de adolescente pasota. Su nariz era pequeña y respingona, enrojecida por el frío y algunas pequitas marrones caían sobre ella dándole sin duda un toque de ingenuidad, ella la arrugaba de vez en cuando. Su boca era grande, y a pesar de no estar sonriendo en aquel momento, no cabía duda de que tenía una sonrisa preciosa. Sus labios no eran excesivamente carnosos, pero tenían algo que atraía, algo que los hacía irresistibles, quizás por el hecho de que ella no paraba de morder el extremo izquierdo de su labio inferior. No cabía duda de que era atractiva para los ojos de cualquier hombre, y su belleza recordaba a la de una diosa salvaje, desafiante y poderosa, a la par que dulce y aniñada. Su cuerpo era delgado, y a pesar de estar sentada podía apreciarse que era alta. Llevaba una chaqueta negra, algo entallada, y bajo ella asomaba una sudadera gris con capucha. Un cinturón fino, del mismo color que la sudadera sujetaba sus vaqueros desteñidos; los llevaba de forma suelta, pero a pesar de ello le favorecían. Calzaba unas deportivas negras, con unas bandas blancas a los lados, y llevaba los cordones suelos, sin atar, metidos por el interior de las zapatillas.No paraba de mover el pie izquierdo, por su impaciencia, ya que el autobús tardaba, o quizás porque seguía el ritmo de la música que estaba escuchando a través de los auriculares en su reproductor MP3. Mascaba chicle, no precisamente como una señorita refinada, pero eso la hacía sexy, y si cabía, aún más atractiva. Yo, justo en frente, sentado sobre la fría banqueta metálica de una parada de autobús, no podía parar de mirarla y sin poder evitarlo seguía todos sus movimientos. No podía entender como los demás hombres no estaban haciendo lo mismo, retirar mi mirada de su rostro me parecía en ese momento un reto imposible. Estaba nervioso e impaciente, me recorría por todo el cuerpo una insólita emoción que nunca antes había sentido por una desconocida, y menos sin haber entablado previamente una conversación con ella, pero sin embargo, allí estaba yo… obsesionado y absorto con aquella extraña. Examinaba su rostro, sus rasgos… eran para mi como un libro abierto, y yo me sentía desmesuradamente atraído por enfrascarme en su lectura. Después de pensarlo tan solo un par de veces, y guiándome más por mi instinto que por la cordura me levanté, y sin dejar de mirarla para no perderla, me dirigí directo al cruce que había a tan solo unos metros de mi. Mientras cruzaba, los coches se iban acumulando conforme iban llegando y entre ellos un autobús esperaba a que el semáforo se pusiese en verde para poder seguir con su recorrido. Terminé de cruzar y fui directo a la parada en la que ella esperaba; percibía que mi corazón latía más rápidamente, temblaba… y no precisamente por el frío. No sabía que iba a decirle, como iba a reaccionar…; pero de algún modo tenía que acercarme a ella y conocerla. Llegué a la parada y disimuladamente me asomé por el borde del cartel publicitario, fue entonces cuando mi corazón se detuvo de golpe y me invadió la sensación más desgarradora que jamás pudiera haber imaginado al descubrir que ella ya no estaba; entonces lancé una mirada hacia el autobús que había visto anteriormente parado frente al semáforo, y allí la hallaron mis ojos, apoyada sobre el cristal de una de las ventanas, mirándome con gesto extraño, mirándome y yo mirándola, mientras se alejaba bajando la calle. Me sentía hechizado, impotente y fracasado. Por unos minutos mi vida había perdido su forma, su sentido, como si en mi vida ahora faltase yo, y yo quedase allí, solo, frío y enamorado perdidamente de una chica a la que jamás llegué a conocer.

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Sensaciones que revolotean en mi mente