Escucho esas notas y ya siento cómo tiemblan mis nervios, avergonzados, electrizados.
Hacía tanto tiempo que no era capaz de sentir.
Es miedo, es dolor y es adictivo. Es muy mío, en cierto modo una esclavitud que puede llegar a gustarme.
Baila mi sangre y baila mi pelo, y con todo ello mis pensamientos se sacuden en el vacío; y echo de menos lo indeseable, lo imposible, hasta el punto de ilusionarme con lo desagradable.
Los pelos de punta, la arritmia, el mareo incluso.
Y es cierto, siempre lo he sabido, las mejores lecciones las aprendí los peores días.
Vuelve la negativa, o al menos reaparece temporalmente, a dejarme oler y entender, a dejarme explicar, a dejarme querer.
Las peores situaciones fueron aquellas que más fácilmente mejoré, o eso creo recordar, o al menos eso me dicta mi sentido de la lógica... que es cada minuto un poco más irónico y despreciable.
La verdad, aún no sé a dónde voy, porque no sé de dónde partí... pero en ocasiones intuyo en qué parte del camino me encuentro. ¿Es este mi momento?
No lo sé, ¿quién sabe? Me limito a estudiarme a mi misma, me sorprendo. Soy incapaz de comprenderme.
Gritar no es fácil cuando ni siquiera sabes silbar bien, pero pronunciar la palabra parece inconcebible. No está en mi naturaleza, no al menos en este capítulo.
Me mantengo entretenida, perdida, enganchada al flujo del tiempo y eso me engaña, me hace sentir poder. Control en cierto modo, cómo si eso fuera posible...
Se escucha una voz en el fondo del pasillo, pide ayuda. Pero no está, ni la niña ni la mujer, la voz nunca se emitió; y la ayuda ni tan siquiera acudió.
Por favor, no dejes que te salpique, morir de nuevo me parece excesivo.